Mientras se tocaba un preludio de himnos en el órgano, reinaba entre la congregación un espíritu de reverencia. Observando a los que estaban sentados frente a mi, me fije en que había parejas de padres y unos pocos niños. La mayoría de las personas que estaban sentadas en los bancos repletos de gente eran mujeres de edad mediana, y se hallaban solas. De pronto se me ocurrió que tal vez fueran viudas que habían perdido al esposo durante la Segunda Guerra Mundial. Mi curiosidad me llevo a tratar de encontrar una respuesta a aquel interrogante, de modo que le pedí al oficial dirigente que hiciera algo para averiguarlo; cuando pidió que todas las viudas se pusieran de pie, pareció que la mitad de la congregación se había levantado. En sus rostros se reflejaban los terribles efectos de la crueldad de la guerra; destrozadas habían quedado sus esperanzas, su vida alterada, y se les había despojado del futuro. Dirigí mis palabras a esas personas y a todas las que, como ellas, habían amado y perdido a los seres mas queridos.
No te llama Los chicos, por estereotipo, siempre hemos dado el primer paso. Así pues, si pasan los días y él no ha dado señales de vida ni te ha emisario tres docenas de rosas o un pequeño pedrusco de Cartier , achaque asunto. Lo dicho; si no candela, mosquéate. Pensad en la situación: Acaban de presentaros a alguien y os ha encantado. Probablemente, a las mujeres os pasa que vuestros impulsos se dividen entre la timidez que os lleva a evitar mirarle a los ojo y las ganas, precisamente, de mirarlo todo el rato. A la inversa sucede lo mismo, sólo que los hombres tenemos que mostrar una falsa sensación de seguridad en nosotros mismos y tenemos que evitar apartar la mirada porque puede interpretarse un signo de timidez y hacernos bajar la guardia. No te toca No, no me refiero de esa forma, que también, o sea, tampoco. Vamos, que no te toca de ninguna forma. Cuando nos gusta una asistenta, a los tíos nos falta tiempo para rozarla con cualquier excusa.
Cuando Mari-Rosario salió al portal, temblole gozosamente el corazón viendo dos rapaces que llegaban. Eran sus dos nietos, Martinico y Sarieta de su hijo Martín. Un año había estado sin verles; ahora en Pascuas se cumplía. Los muchachos se pusieron a cavar la tierra con una raíz de enebro, para enterrar una langosta viva que traían colgada de un esparto escabroso. Mari-Rosario reparó en sus delantales cortezosos de mantillo de muladar y de caldo de almazara. Martinico y Sarieta se contemplaron riéndose, como hacían cuando mosén Antonio, sentado en el ruejo del ejido, les llamaba para que no se apedreasen, y ellos se reían sin querer. Después la abuela, tomando a los chicos de las manos, los pasó a la apartamento para darles las toñas de melaza y piñones tostados.